Artesana
"Los artesanos llevan a vender sus piezas a donde se puede y adonde se las compren"
El diablo llegó a Ocumicho y desde que lo trajo con su imaginación Don Marcelino Vicente, sigue suelto en la mitología colectiva de las manos de los talentosos artesanos que, no dejan de homenajearlo con su paciencia y el barro, para dejarlo plasmado en las legendarias figuras pintadas con alucinatorios colores y en una lógica que alcanza la sátira y quizás lo grotesco. Don Marcelino Vicente, comenzó a modelar los diablillos que cobraron fama: él hizo diablitos parados, montados en un toro y con la lengua larga de fuera. Fue entonces que Fonart, descubrió el trabajo minucioso de don Marcelino y se los compraron todos.
Hoy día se conservan piezas suyas en algún museo de Culturas Populares. Pero esa manera de representar la realidad, las creencias, la historia y hasta los personajes del presente, en Ocumicho se ha dado después que don Marcelino comenzara con el diablo lengua de fuera, muy bien modelado en barro y pintado no sólo de rojo, y han trazado un rumbo en las artesanías de nuestro país, consolidándose como una manera irreverente de representar la realidad desde el humor y la sátira. Desde entonces,Ocumicho ha cobrado relevancia en la cultura de Michoacán.
Zenaida Rafael Julián, artesana que ha recibido múltiples premios nacionales e internacionales, nos invitó a su taller para celebrar nuestra conversación sobre su vida y obra. Antes de comenzar, nos enseñó su enorme producción y nos explicó el proceso de elaboración a mano de sus figuras, en las que predominan los colores tan intensos como contrastados, de formas exóticas que ya son tradicionales en la artesanía mexicana.
Joven, de una voz grave y segura –con los defectos de léxico de quienes no tiene al español como su lengua materna–, compartió con nosotros, su difícil aventura de ser artesana, mujer y madre soltera con tres hijos. Su carácter y decisión tuvieron que sobreponerse como única arma, para sacar adelante, no sólo a sus hijos, sino también a sus hermanos, de quienes –después de la muerte de su madre– ella tuvo que hacerse cargo. Con mucha seguridad y orgullo, ejerce su oficio y hoy día, ya nadie la engaña, como suele ocurrir en ese contexto en donde nunca faltan los estafadores que se aprovechan del trabajo de los indígenas. Con Zenaida eso –por fortuna– hoy día ya es impensable. Su hijo mayor –aquel día en que la visitamos en su taller de Ocumicho–, había viajado a llevar una pieza a Metepec, para un concurso nacional. Zenaida, se representa y se promueve a sí misma. Vende sus piezas sin malbaratarlas y es respetada como una de las mejores artesanas de aquella región.
Los artesanos llevan a vender sus piezas a donde se puede y adonde se las compren. También hay quienes les encargan personajes de la televisión o de anuncios comerciales, como el horrible doctor Simi, a quien Zenaida modeló, adicionándole unos enormes cuernos. Es una figura de cincuenta centímetros, razón por la que no aceptaron la pieza y no se la pagaron. Cuando los clientes vieron el tamaño, le pidieron que lo hiciera más pequeño. Era para regalárselo al dueño del negocio de los fármacos. Tuvo que hacer el personaje más chico, aunque no le quitó los cuernos y así, lo pudo vender.
Figuras con la lengua larga y los ojos saltones, las figuras diabólicas que parecieran proceder de una imaginación que El Bosco les hubiera heredado. Son complejas la imágenes que representan la parte desbordada de la imaginería popular y el talento que les da lugar en las manos que modelan las figuras satíricas de nuestra realidad. Frente a mí, miré una escena recién cocida, con el barro manchado por los rastros del fuego, de un quirófano en el que unos demonios con bata le hacen la vasectomía a un puerco, con la herida abierta, bisturíes y tijeras para cortar. Allí predomina una mirada satírica y yo le pregunto ¿qué hacen esos personajes?. Zenaida con una sonrisa suspicaz, me dice que son médicos que están operando a un hombre. Ríe decidida y en su sonrisa, descifro el significado de aquella hermosa pieza aún sin pintar. Veouna mitología que, sin lugar a dudas, da con la satirización, tanto de creencias, como de las maneras de ver a los personajes caricaturizados; y es una inclinación que todo pueblo, de manera natural hace aquellos que conocen y viven en sus interpretaciones.
La obscenidad tiene un sitio indestructible. Esas figuras de mujer en una moto con el diablo atrás y la lengua de fuera, no pueden referirse más que al erotismo “in extremis". Las “últimas cenas”, por ejemplo, donde los personajes son diablos hambrientos, guzgos, grotescos. Diablos negros, verdes, amarillos, azules, rojos, que representan a la imagen religiosa que le debemos a Leonardo da Vinci y en la historia, ha sido tan venerada por muchos. Allí en las figuras tradicionales que modelan en barro en este pueblo extraño y arisco, el humor transforma los símbolos y desgarra la seriedad con el ingenio y la mitología que los caracteriza y que es digna de la mejor comedia mexicana.
Una tía de Zenaida, que comenzaba con la elaboración de artesanía, un día le dijo que ya no volvería a hacer ningún diablo de barro, porque había tenido un sueño horrible. Cuenta Zenaida que todo comenzó porque su tía le había pedido dinero prestado a una señora, y aquella mujer le dijo que le prestaría, a condición que le hiciera una buena cantidad de diablitos. Su tía comenzó a hacerlos en la tarde de aquel día, bajo la promesa de tenerlos al día siguiente.
Y como se hacen por partes –la cabeza, las piernas, el tronco de manera independiente–, la tía comenzó el trabajo y lo suspendió para continuarlo al otro día. “Mañana los termino”, dijo la tía y los dejó así, inconclusos. Aquella noche, inexplicablemente, su tía soñó al diablo.
–¡Tú no vuelvas a hacer lo que estás haciendo! –le decía el diablo en persona– ¡Ese no es tu trabajo y no te vas a mantener haciendo eso…!
Era el diablo quien le había hablado en el sueño, el mismísimo diablo, ni más ni menos…
Al día siguiente, en cuanto se levantó, desbarató vertiginosamente todas las piezas que ya tenía empezadas. Les echó agua en una cubeta y aquellas piezas que nunca acabaron de ser diablos, las volvió lodo. Pude ver el miedo al diablo, en la sonrisa directa de Zenaida, porque me cuenta que su tía le preguntó a ella, si nunca había soñado al diablo. Zenaida se ríe. Recuerda que antes vivía en una casa más pequeña y allí, los diablos y todas las demás figuras que hacía, estaban hasta en la cabecera y no, ella nunca lo soñó. Zenaida se ríe de sólo acordarse del sueño de su tía y en esa sonrisa, guarda el otro sentido que tienen las palabras y las cosas que nombra.
Zenaida es de carácter fuerte, muy auténtica, franca. Yo la observaba pensando que cuando una persona sabe que está haciendo aquello que le satisface, que le gusta y remunera, siempre estará más cerca de ser feliz; con su atuendo purépecha, con el aplomo que le da vestir como ha sido su costumbre. Valiente, decidida y arrojada en su labor, tiene la claridad de que su trabajo con el barro, es más importante que todos los temores.
Zenaida ha estado al frente de su familia y con la dignidad pocas veces vista en una mujer del pueblo, nunca ha tenido miedo a la vida; por el contrario, logró sacar del alcohol a su hermano, que hoy vive en Estados Unidos, rehabilitado y con muchos logros, como haber hecho una casa en el pueblo (que es en la que viven ahora Zenaida y sus hijos). Con poco más de cuarenta años, su trabajo de artesana es ya de una notable habilidad. La imaginación –que aunque no lo puede explicar– es una de sus herramientas para hacer las artesanías. Me asombra ver a la Virgen María y a San José montados en una tortuga, en lugar de un burro. Un diablo jineteando un gallo, una mujer de trenzas grandes, a toda velocidad en una moto y el diablo con la lengua al acecho tras ella. La composición de prototipos populares y sus combinaciones y resignificaciones, resultan ser imágenes de la cepa de la más fina fantasía.
En su casa todo está destinado a la alfarería y a su labor de amasar el barro –que compran en el pueblo vecino de San José de Gracia– con las manos y lograr figuras perfectas para los premios que cada año se convocan en el país. Zenaida es capaz de inventar con perspicacia, figuras que contienen una crítica mordaz y que la mayor parte de las veces, ella misma no puede explicar, más que con una risa irónica.
Le gusta hacer diablitos en distintas circunstancias; recuerda una pieza en donde el diablo juega con los animales (esa pieza ganó un premio nacional), otras donde el diablo participa en peleas, porque cree que el diablo está en donde quiera:
–El diablo está en todo –me dice y ríe.
No hace gallinitas de las que se levantan y tienen sorpresas como parejas en plenos amores, porque prefiere hacer diablos. Su trabajo tiene una agenda que cubre el suministro para todos los premios del país, además de piezas que le van encargando por pedido.
–Con eso me mantengo –dice con orgullo.
Desde niña vio a su madre hacer figuras; hacerlas era algo que estaba en su mundo ordinario, y las figuras –como las conocemos–, eran la manera de mirar aquellos personajes. Para Zenaida, hacer piezas de barro y figuras tan sugerentes, estuvo presente toda su vida y quizás como parte de un juego, aprendió el oficio desde su niñez; pero fue hasta los doce años que comenzó a hacerlas ya como un trabajo.
Y yo imagino a Zenaida de niña, jugando con el barro mojado y sus manitas que imitaban a las de su mamá. Puedo imaginarla hablando purépecha, esa lengua sonora, y riéndose mientras hace un silbato y una gallina silbante, un diablito que saca la lengua; y también la imagino cantando, mientras moja la figura que ya tiene cuernos y ojos saltones. Ella la mira y se divierte. Juega a que vuela el diablo, a que tiene alas y luego lo avienta al aire y el diablo se hace pedazos contra la pared. Ella ríe y lo abandona. Su mamá le dice que guarde ese barro en la cubeta. La niña Zenaida lo guarda y le ayuda a su mamá con las figuras de camiones, sirenas y vírgenes, que las manos de su madre han hecho durante toda una lejana mañana fría, allá en Ocumicho.